Blogia
declicenclic

Publicidad

Cambio climático, publicidad y credibilidad

 

Hace frío, de vez en cuando nieva. La gente que ya ha vivido medio siglo recuerda aquellos inviernos tan parecidos a los de los dos últimos años.

Si uno teclea en el buscador Google  “cambio climático” encuentra que la opción  “el cambio climático no existe” alcanza los 9.450.000 resultados y la de “el cambio climático es mentira” 1.010.000  resultados.

En los últimos meses, las hipótesis catastrofistas han sido puestas en cuestión de forma bastante seria debido a que se han ido detectando no pocas irregularidades en el tratamiento de los datos por parte de quienes defienden que la Tierra se está calentando a gran velocidad. En España muy pocos medios de comunicación van informando del escaso rigor científico con el que se han hecho algunas afirmaciones alarmistas. En la Red, sin embargo, el debate está muy vivo, como indican los resultados de búsqueda antes mencionados.

Las dos afirmaciones básicas del alarmismo climático son que las temperaturas aumentan y que eso se debe a la acción del hombre. Hay registros de otro periodo de calentamiento que se produjo en época medieval y que resultó beneficioso para nuestra civilización. ¿Por qué ahora se piensa que si hay calentamiento deberá ser catastrófico en su conjunto?  ¿Por qué se insiste en que el origen de ese calentamiento es humano? Son dos de las preguntas que se hacen quienes no ven suficientemente demostradas las hipótesis alarmistas. Los ámbitos científicos concernidos por la climatología son muchos y el debate riguroso y transparente debe continuar para validar, refutar o plantear nuevas hipótesis. La aceptación apresurada de hipótesis para convertirlas en dogmas está absolutamente reñida con la investigación científica.

Sucede que mucha gente ha adoptado la hipótesis catastrofista como una creencia, es decir, mucha gente cree -o ha creído hasta ahora- que la actividad humana es el origen de un cercano apocalipsis. En los últimos meses mucha gente empieza a tener serias dudas y otros muchos no creen en absoluto en las teorías del calentamiento global y su condición antropogénica. La salida a la luz de numerosas irregularidades detectadas en los métodos seguidos por los científicos que defienden la alarma climática  ha hecho sospechar que estamos ante una operación con más calado económico y político que verdaderamente científico. En ese sentido también llueve sobre mojado, pues el modo en que se presentó la gripe A como temible peligro global – y las enormes cantidades de dinero que los gobiernos concedieron a determinadas industrias farmacéuticas-     está levantado suspicacias más que justificadas.

Hacer al consumidor culpable del cercano apocalipsis ha sido -desde mi punto de vista- el más importante efecto que han tenido las tesis alarmistas por lo que respecta a las estrategias de comunicación tanto de las empresas como de los políticos. Cada individuo, por el mero hecho de pertenecer a una civilización avanzada, lleva en sí el estigma de poner en peligro la supervivencia del planeta. Implícitamente y explícitamente la culpa es de eso que llaman “un modo de vida”, el nuestro. Se legitima así todo intento por parte del poder político para modificar nuestro modo de vida.

No pocas estrategias publicitarias adoptan a pies juntillas los supuestos alarmistas. Ahora, con una enorme división de opiniones, esas estrategias tienen un problema: la credibilidad.  La credibilidad depende de la subjetividad de quien recibe los mensajes. El sujeto, ante los textos publicitarios, concede o no credibilidad a determinadas propuestas en función de los supuestos que considera verdaderos o no.

                                                                                                                                                                 Víctor Lope

Publicidad y salud

 

Publica El Mundo (http://www.elmundo.es/elmundosalud/2010/01/20/neurociencia/1263997946.html)  que se prepara una nueva Ley Audiovisual  con la intención de proteger a los menores de los trastornos que la publicidad pudiera ocasionarles. "Genera ansiedad, estrés, complejos de inferioridad... Incluso trastornos de la alimentación como la anorexia y la bulimia, aunque no hay que olvidar que hay otros muchos factores desencadenantes", afirma el psicólogo Carlos Rodríguez Díaz.

El asunto, sin duda, requiere ciertas reflexiones. No tengo claro que la limitación de los horarios de emisión televisiva a la franja que va desde las 22 horas hasta las 6 vaya a conseguir gran cosa. Es el conjunto de los discursos sociales, y no sólo el discurso de la publicidad, el que está dominado por una tendencia profundamente narcisista. Ante el gran debilitamiento de lo simbólico, nuestra sociedad se aferra a las imágenes deseables que, además, van asociadas a nociones como las de la salud, la belleza, él éxito e, incluso, la ecología -otro día hablaremos de eso-. Son esos espejismos imaginarios los que se han erigido en referentes y modelos de comportamiento.

Si analizamos que es lo que se pone en juego en la práctica totalidad de los anuncios de cosmética o de alimentación sana habremos de reconocer que el tipo de movilización emocional que practican es doble: por un lado ofrecen lo deseable, la imagen seductora, por otro lado, aunque en muchas ocasiones no se hacen referencias explícitas, lo que late es el miedo a la muerte,  o el miedo a no ser bien considerado. Nuestra sociedad trata de llenar ese vacío provocado por el miedo con imágenes deseables, imágenes de todas clases, pues los discursos políticos fuertemente ideologizados también crean imágenes de lo que es deseable y de lo que es detestable. Este mecanismo es terriblemente simple, pero terriblemente eficaz. Así, el miedo y las propuestas imaginarias apetecibles son los dos polos entre los que se desarrollan la mayoría de los discursos persuasivos. Y esto no tendría nada de particular si las sociedades  contemporáneas no se hubieran desprendido de la densidad simbólica que proporcionaban nuestros relatos míticos constituyentes. El nihilismo generalizado tiene como contrapartida la sobrevaloración de los espejismos imaginarios y, en no pocas ocasiones, conducen a comportamientos que, no por ser generalizados, son menos delirantes. La metáfora del espejo mágico sirve bien para entender lo que está en juego. Y no sólo los anuncios de televisión generan esas imágenes. Ese imaginario está en todas partes, pues no podemos olvidar que las palabras que circulan están generando también imágenes.

                                                                                                                                                                            Víctor Lope