Publicidad y salud
Publica El Mundo (http://www.elmundo.es/elmundosalud/2010/01/20/neurociencia/1263997946.html) que se prepara una nueva Ley Audiovisual con la intención de proteger a los menores de los trastornos que la publicidad pudiera ocasionarles. "Genera ansiedad, estrés, complejos de inferioridad... Incluso trastornos de la alimentación como la anorexia y la bulimia, aunque no hay que olvidar que hay otros muchos factores desencadenantes", afirma el psicólogo Carlos Rodríguez Díaz.
El asunto, sin duda, requiere ciertas reflexiones. No tengo claro que la limitación de los horarios de emisión televisiva a la franja que va desde las 22 horas hasta las 6 vaya a conseguir gran cosa. Es el conjunto de los discursos sociales, y no sólo el discurso de la publicidad, el que está dominado por una tendencia profundamente narcisista. Ante el gran debilitamiento de lo simbólico, nuestra sociedad se aferra a las imágenes deseables que, además, van asociadas a nociones como las de la salud, la belleza, él éxito e, incluso, la ecología -otro día hablaremos de eso-. Son esos espejismos imaginarios los que se han erigido en referentes y modelos de comportamiento.
Si analizamos que es lo que se pone en juego en la práctica totalidad de los anuncios de cosmética o de alimentación sana habremos de reconocer que el tipo de movilización emocional que practican es doble: por un lado ofrecen lo deseable, la imagen seductora, por otro lado, aunque en muchas ocasiones no se hacen referencias explícitas, lo que late es el miedo a la muerte, o el miedo a no ser bien considerado. Nuestra sociedad trata de llenar ese vacío provocado por el miedo con imágenes deseables, imágenes de todas clases, pues los discursos políticos fuertemente ideologizados también crean imágenes de lo que es deseable y de lo que es detestable. Este mecanismo es terriblemente simple, pero terriblemente eficaz. Así, el miedo y las propuestas imaginarias apetecibles son los dos polos entre los que se desarrollan la mayoría de los discursos persuasivos. Y esto no tendría nada de particular si las sociedades contemporáneas no se hubieran desprendido de la densidad simbólica que proporcionaban nuestros relatos míticos constituyentes. El nihilismo generalizado tiene como contrapartida la sobrevaloración de los espejismos imaginarios y, en no pocas ocasiones, conducen a comportamientos que, no por ser generalizados, son menos delirantes. La metáfora del espejo mágico sirve bien para entender lo que está en juego. Y no sólo los anuncios de televisión generan esas imágenes. Ese imaginario está en todas partes, pues no podemos olvidar que las palabras que circulan están generando también imágenes.
Víctor Lope
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